—¿Pololeas?
—No.
—¿Quieres pololear conmigo?
—¿Qué me ofreces?
—No tengo muchas cosas; en realidad nada (responde muy triste).
—Por qué te amargas, siempre te busqué ¿dónde estabas?
—Pero si no tengo nada.
—Eso es justamente lo que quiere mi corazón, nada para empezar algo
nuevo; desde la nada se crea.
—Que extraño… entonces me toca preguntar a mí ¿Qué me ofrecerías?
—Todo… tú tienes nada y yo me convierto en tu todo.
—Esto es injusto, tú te quieres convertir en mi vida.
—¿No eras tú el que quería pololear conmigo?, pololea entonces con
una que te ofrezca nada.
pág. 240, del “Capítulo VI: Trova surtida”)
Deja un comentario