Tengo una enfermedad sin cura,
un virus mortal;
síndrome peligroso para muchos,
inanición de entrega,
paraplejia ante las coimas,
eutanasia fulminante frente a la falta de probidad;
infección terminal,
afección hecha solo para valientes:
sinceridad de más alto calibre,
valentía hecha sangre
dispuesta a ser derramada por los demás;
incombustible capacidad de soñar.
No sé qué hora es
ni en el día que me encuentro;
no sé qué edad tengo,
a veces se me olvida donde vivo.
La semana se me pasa escribiendo;
cada día algo nuevo en el cielo se dibuja;
cada mañana aquí se amasa el mejor pan,
se hacen los mejores pasteles,
manjar de rebeldía,
dulce de revolución.
(Poemario 2, pág. 95, del “Capítulo VI: Revolucionaria revolución”)
Deja un comentario