Enamorar por cómo te ves
es la más absurda razón;
ve a un mall y llévate un maniquí;
hay de todos tipos,
elije el que más te guste.
Enamorar por los actos es ridículo,
cualquiera podría dar con la frecuencia;
copiar es fácil.
Pensé que la palabras y el saber
eran la más poderosa atracción;
me equivoqué;
están en la cima,
pero hay algo más arriba,
algo que está en la nubes;
el aroma de su alma:
su olor.
Las palabras marcan y trascienden,
son las reinas de este mundo;
pero tarde o temprano,
se ahogan en alzhéimer,
se las lleva el viento;
su olor en cambio,
revoluciona tu ser,
enloquece,
te transporta al edén.
La realeza quedó atrás,
ahora se trata de un dios;
la divina materia sin siquiera tocar:
el incienso de su piel.
(Poemario 2, pág. 126, del “Capítulo VIII: Amores y reflexión”
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